Entrelíneas con Oriol Llauradó

Defínete como fotógrafo y cómo y por qué eliges este género fotográfico.

Elegí este género de forma casual pero que me di cuenta más adelante que era una forma de expresión que me permitía contar historias.

Empecé retratando a mi hermana y al perro de la casa. Disfrutaba con la capacidad de congelar el movimiento. Después me di cuenta que lo que me fascinaba realmente era la capacidad de poder comunicar ideas y, que por una extraña razón, el ser humano era el foco de atención. La soledad, la mirada interior, el anonimato son aspectos que se repiten en mis proyectos.

En definitiva, es un medio que me permite expresarme y interactuar con el entorno. Son esos momento en los que me siento plenamente “conectado” en el sentido más amplio de la palabra.

Oriol Llauradó · Foto de perfil por Patricio Reig

Un buena fotografía es… la que expresa algo de tu interior y que en parte te define. Para mi tiene mucho ver con la honestidad.

La fotografía que se me escapó… forma parte de un extenso grupo de fotografías que en parte forman parte del grupo de imágenes que si pudiste hacer.

La mejor cámara para mi es… para mi es el ojo del fotógrafo, su mirada. Y el tipo de cámara, ha de ser el mejor aliado.

En mi mochila llevo… lo menos posible.

Tu fotografía o proyecto favorito. Es el proyecto actual es quizás el que actualmente resume muy bien mis principales inquietudes artísticas.

Más que un proyecto concreto, «Aylaik» comenzó como un simple ejercicio de observación. Me detenía a contemplar a las personas en las calles de mi ciudad: sus costumbres, sus movimientos, sus pensamientos que parecía que fuesen dentro, sus introspecciones, sus dudas… Simplemente lo observaba desde fuera como un ciudadano más, hasta que un día, —no sé si de manera intuitiva, no sé si de manera racional— me di cuenta que tenía mucho valor aquel material y decidí registrarlo.

 

Fotografía © Oriol Llauradó
Fotografía © Oriol Llauradó

 

Aunque estoy seguro de no haber sido la primera persona en advertirlo, con naturalidad lo hice. Ya había comenzado hace bastante tiempo en el mundo de las fotografía en campos muy diferentes, pero siempre ese ángulo de objetividad que da la cámara me permitía adentrarme en las cosas y las personas de una manera muy particular. Noté que el hecho de «fotografiar» como dijo un célebre artista es «ver el mundo en fotografía».

Pensé que era importante servirme del medio que conocía para obtener el registro, porque a fin de cuentas lo que perseguía casi compulsivamente era el registro de esas observaciones. En ese momento se planteó un primer problema técnico: ¿Cómo conseguirlo? ¿Cómo hacer que mis «modelos» se siguieran comportando de la misma manera? El teleobjetivo no era la respuesta, nunca lo fue.

Robert Cappa decía que si querías que tus fotografías fuesen mejores debías acercarte. Y se refería, evidentemente al alma, no al cuerpo.

Yo estaba seguro que en mi estudio no podría conseguirlo, ni podía pedirles que posaran para mí, habría echado por los suelos su frescura y espontaneidad. Perder estos valores hubiese significado renunciar a la fuerza que hace que una imagen sea creíble y por tanto hermosa en su natural condición. De esa manera tomé mi segunda decisión: comenzar un trabajo analítico y al mismo tiempo una aventura casi de cacería con el propósito de obtener directa o indirectamente las imágenes que veían mis ojos y que se escapaban como alondras de mi lente atenta. He recorrido mi ciudad de punta a punta, he rastreado sus calles, sus rincones, sus luces y penumbras para encontrar la poesía necesaria. Con infinita paciencia he aguardado en esquinas en las que tan sólo un rayo de luz diagonal cruzaba el escenario escogido, para ver en fracción de segundos el desarrollo de la más impresionante secuencia de cuerpos anónimos iluminados milagrosamente por la ley de la fugacidad, para perderse como si fuesen devorados, por esa vasta grandeza que es la noche de las sombras. Mis «modelos» en su obligada naturalidad se mostraban al ojo de la lente por fracciones de segundo queriendo desvelar su belleza en pequeñas dosis, impulsando el rigor de ser atrapados gracias a mi astucia y a la magia de un ojo atento. Accidente y control. Muchos de estos retratos han ido a parar a los archivos fotográficos sin apenas ser revisados, al reposo que el tiempo les confiere. Un día tras otro he ido repasándolos para pedirles —ya en la pausa— que me enseñen su verdad y es cierto que muchos de ellos contienen el milagro, son sin lugar a dudas «la voz del registro» porque poseen en sí mismos la esencia de la idea de introspección que necesito. Mi sustancia deseada.

 

Fotografía © Oriol Llauradó
Fotografía © Oriol Llauradó

 

Clasifiqué las imágenes en su rango poético (dura tarea). No estoy en condiciones de explicar el por qué de sus diferencias, ni siquiera podría hacer que mi intención premeditada consiguiera darles su valor. Brotan espontáneamente sin más. En una actitud casi de voyeur he podido hacer un recuento de actitudes, un acercamiento alma a alma, una inmiscuición a los interiores como si de una pesquisa policial se tratara. Un trabajo de disección ocular, de taxidermia, de búsqueda desenfrenada por hallar la sosegada condición de cada «ser» urbano con el que me crucé bajo su ropa, tras su piel… sin otra pretensión que la de suscitar la curiosidad propia y la del espectador —y/o su participación consciente—para hacer visible lo invisible. Pensé indudablemente en los límites de la fotografía y comprendí su vana pretensión.

Porque nuestro propio mundo, aquel que pensamos tan nuestro, tan único, es tan solo parte de una trama, como las calles de una ciudad infinita.

 

 


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